jueves, 19 de mayo de 2022

EL TRÁGICO MUNDO DE LOS YELA

 

El pasado 15 de noviembre de 2021 escribí el relato: EL MARAVILLOSO MUNDO DE YELA, narración de una realidad escabrosa en la que cuatro niños y su madre eran víctimas de maltrato físico y psicológico, vejámenes y aberraciones a los que eran sometidos por parte del psicópata que les tocó como padre y esposo. Luego del relato se procedió a iniciar la ruta de atención en salud, pero desafortunadamente se encontró un muro, el personal médico de urgencias del hospital Isaías Duarte Cancino después de verificar que los niños no tenían EPS se lavó las manos argumentando que, como los niños no presentaban una lesión reciente no les correspondía activar ruta.  La instrucción que dieron fue que la madre, una mujer con aparente discapacidad cognitiva, aterrorizada y dependiente económicamente del marido, lo denunciara, ella no lo hizo. La institución educativa donde estudian los chicos elevó el caso a Bienestar Familiar con radicado 1762863413.

Comparto de nuevo el relato para posteriormente indicarles como todo ha escalado y se teme por un posible suicidio bajo la negligencia cómplice de los organismos que supuestamente están para reestablecer los derechos de los menores y garantizar su vida.

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Luego de año y medio de educación remota retorné a la presencialidad estrenando cargo, abandoné las aulas de clase donde por 25 años fui feliz para dedicarme a “coordinar”; antes recorría los pasillos entre los pupitres y ahora los corredores entre los salones.  Con el ánimo de apoyar la labor pedagógica de los maestros, junto con algunos de ellos, tomamos la iniciativa de crear una biblioteca al aire libre, donde los libros estuviesen al alcance de los estudiantes todo el tiempo, con ese propósito además de un estante con textos en el patio de recreo se colocaron porta libros en las paredes de tal forma que cuando los niños, niñas y jóvenes pasaran frente a ellos no vieran solo el lomo sino toda la carátula y se sintieran atraídos a leerlos.

El experimento no tardó en dar resultados, aún me encontraba colgando portalibros cuando ya varios estudiantes habían tomado un cuento. De repente se acercó un jovencito de grado quinto de unos 12 años con voz de personaje de dibujo animado pidiendo que le prestara un libro, eso me entusiasmo y le dije que no debía pedirlo, que la idea era que lo tomara, lo leyera y lo volviese a dejar en su lugar. Él, asombrado tomó uno y al finalizar la jornada prefirió entregármelo en la mano, así ocurrió por varios días, me buscaba temprano en la mañana para que le prestara un libro y me lo entregaba al medio día. Cuando había leído todo lo que había en el bibliopatio tuve que llevarlo a la biblioteca del colegio que hace parte de la red de bibliotecas públicas de la ciudad. Aquel jovencito no podía creer lo que veía, no se imaginaba que hubiese un lugar con tantos libros, así que me pidió ayuda en varias ocasiones para llevar un par a casa para leerle a sus hermanos. 

El interés desbordado de aquel chico por la lectura me generó tal curiosidad que tuve que buscar a su maestra para felicitarla e indagarle que estrategia utilizaba para permitirle leer en el salón sin que afectase el cumplimiento de las demás actividades de clase. La sorpresa fue mayúscula cuando la docente manifestó que Yela (era su apellido) no había adquirido aún el código lecto-escritor, lo que en palabras castizas significa que no sabía leer, ni escribir. En ese momento me surgieron muchos interrogantes: ¿cómo un niño que no lee, ni escribe llegó a quinto grado?, ¿por qué tanto interés por leer?, ¿qué lee Yela cuando cree que lee?, ¿leerá imágenes, pero los libros sin imágenes que había llevado?, ¿por qué el deseo de leerle a sus hermanos? 

Consulté algunas de estas dudas con su maestra y pude enterarme que, aunque aparentemente Yela tiene necesidades educativas especiales no había sido diagnosticado aún, la condición de pobreza extrema de su familia no ha posibilitado que su madre lo llevase al médico a pesar de tener varias remisiones externas hechas por la profesional de apoyo de la institución.  Me enteré por la docente que el mismo chico manifiestaba que no lograba aprender porque su cerebro se desangró por la nariz, esta afirmación me generó mayor interés por el caso y no pude simplemente irme sin saber más.

Llevé a Yela a mi oficina para conversar y conocer un poco más de él, además de pedirle el favor que me leyera un libro. Le entregué el cuento “Pinocho” y esperaba que leyera las imágenes, pero no, narró con mucha coherencia mientras pasaba las páginas ¡los diferentes usos de la arcilla!, cualquier desprevenido podría jurar que efectivamente leía. Mientras conversábamos pude enterarme que vive con su mamá, papá y cuatro hermanos pequeños, (3 de ellos estudian en el colegio), curiosamente se refería a su padre como “ese señor” e indagando un poco más supe que todos en casa eran víctimas de constantes golpizas propinadas por aquel hombre enfermo, narró como su padre alcoholizado llegaba casi a diario enfadado buscando pretextos para agredirlos, contó como en ocasiones lo pateaba y pateaba a sus hermanos al punto que a él en varias ocasiones le había ocasionado lesiones en su nariz por donde sangraba sin parar y al parecer de ahí saco la idea que su cerebro se había escurrido. No pude dejar de sentir ira, impotencia y tristeza profunda cuando narró que algunas veces había apagado cigarrillos en su cuerpo señalando las cicatrices en su abdomen y la forma como pasaban días enteros sin probar bocado o como tenían que esperar que el papá comiera primero rogando que dejara sobras para luego repartirlas entre todos.

No podía dar crédito a tanta crueldad. A través de las maestras y el psicólogo de la institución se recogieron las versiones de sus hermanos y todo concordaba, su hermana no quería volver a casa y había empezado a verbalizar la idea de no querer vivir más a raíz del maltrato soportado. Como supondrán se activó la ruta de atención y garantía de derechos para esta familia.

Ahora todo cobraba sentido, podía comprender porque Yela en un par de ocasiones me había consultado si había algún programa en el colegio para llevarle comida a su mamá, por qué me insistía que le dejase ver en mi celular un video en youtube de algo que él llama “karate de pixeles” (el cual no existe con ese nombre) para ver a su personaje preferido, un “asiático que golpea a los malos”, por qué mencionaba en reiteradas ocasiones que quería ser un súper héroe que ayudara a la gente, por qué usaba la voz de un personaje animado. Entendí que había creado un mundo paralelo para evadirse de su realidad y supe que llevaba libros a diario a casa para leerle a sus hermanos tratando de desconectarlos del miedo que sentían de que llegara su padre, esa era la manera que él encontraba de protegerlos. Me enteré que en ocasiones salía a escondidas a recoger leña que luego vendía por algunas monedas que entregaba a su madre para que consiguiera algo de comer para todos. 

No sé si a todos les pasa igual que a mí, el hecho que Yela lea o no pasa a un segundo plano, si gana o no el año no tiene importancia, lo fundamental es ayudar a resolver la vida de este niño y la de su familia, en esta tarea los profesores y la escuela podrían simplemente lavarse las manos o decidir como lo hace su maestra y la de sus hermanos, acogerlos y ser un bálsamo en la trágica vida que les tocó vivir.

Desde mi nuevo rol en la escuela no puedo evitar preguntarme: ¿Cuantos Yelas habrá en nuestras aulas de clase?, ¿a cuántos hemos señalado?, ¿a cuántos hemos escuchado y ayudado?, ¿los maestros tienen la formación necesaria para asumir estos casos?, ¿Cómo hacen las instituciones educativas que no cuentan con equipo psicosocial y profesional de apoyo?  Ahora tengo una panorámica distinta de lo que ocurre en la escuela y la necesidad que hay de resignificarla, al contrario de lo que opinan algunos de que hay que cerrarla. El desenlace de esta historia es incierto, pero lo que no debe ser incierto es que los niños y niñas deben ser protegidos contra toda forma de abandono, violencia física o moral, secuestro, venta, abuso sexual, explotación laboral o económica y trabajos riesgosos.

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Han transcurrido 6 angustiosos meses en que los niños continuamente consultan a sus maestros como va su caso y que va a hacer ICBF por ellos, al tiempo que aprovechan para desahogarse contando las nuevas torturas propinadas por su padre. 

Anoche la mayor de los hermanos, de 15 años, que actualmente está en grado sexto, llamó a su directora de grupo para contarle que “ese señor” luego de golpearla por unas pilas que no aparecían le había rasgado todos sus cuadernos…la estudiante se despidió de la maestra manifestándole su deseo de no vivir más… colgó y la docente quedó con el alma en las manos presintiendo lo peor.

Hoy los estudiantes no llegaron al colegio y nadie responde las llamadas. ¿Se pueden imaginar el remordimiento y el sentimiento de culpa que todos los que conocen el caso en la escuela sentirían en caso que ocurra una tragedia?, desafortunadamente por mas que esta familia pide auxilio a gritos nada parece operar bien en esta sociedad. Preocupados por la situación se llamó a Bienestar Familiar a realizar seguimiento del radicado hecho hace seis meses y ¡oh sorpresa! el caso estaba cerrado sin siquiera haberse abierto, hoy de nuevo como en un dejavú el funcionario del ICBF al que se le consultó por el caso volvió a pedir todos los datos para radicar otra vez la situación. Esta vez los radicados son 1763108534, 1763108534, 1763108531 y 1763108533, en esto quedan convertidos estos niños…en números para deshumanizar un poco el dolor, la rabia y la impotencia que estos chicos y su madre soportan.

Lanzamos un S.O.S por los Yela, por si alguien con algo de autoridad y competencia en estos asuntos puede hacer algo, son varias veces en los que se abre y se cierra el caso de estos niños logrando que cada día todo sea peor para ellos. Hacemos responsables de lo que pueda ocurrir a la inoperancia y omisión de las entidades que teniendo el resorte de actuar no lo hacen.


Por: Carlos Arturo Arias Castañeda, directivo docente.

Santiago de Cali, 17 de mayo de 2022.

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